Enrique Ochoa: un testimonio

Por Miguel Carbonell

Conocí a Enrique Ochoa, el presidente del CEN del PRI, hace 25 años. Tuve el gusto de darle el curso de Introducción al estudio del derecho, que se cursaba en el primer semestre de la Facultad de Derecho de la UNAM. Desde entonces, he mantenido con Ochoa una estrecha amistad y he atestiguado no solamente el meteórico ascenso de su carrera, sino también la forma analítica y siempre razonada que caracteriza su trabajo; hemos escrito juntos un libro y muchos artículos académicos y periodísticos.

Su elección al frente del PRI ha generado un caudal enorme de comentarios, como era de esperarse. Quiero añadir uno más, a partir de lo que conozco de Enrique Ochoa de forma personal y directa.

La primera cuestión a destacar es su extraordinaria formación académica. Creo que es el primer presidente del PRI (o de cualquier otro partido político en México) que tiene dos licenciaturas, dos maestrías y un doctorado. Pero no de cualquier institución académica, sino que obtuvo sus títulos de Derecho en la UNAM y de Economía en el ITAM. Sus posgrados los hizo en la Universidad de Columbia en Nueva York.

De hecho, durante su estancia en Columbia fue ayudante en la cátedra del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, con quien incluso ha publicado algún texto en coautoría. No muchos intelectuales mexicanos pueden decir que han dado clase junto a un Premio Nobel del tamaño de Stiglitz y muchos menos políticos —o ninguno, para decirlo con claridad— han tenido ese privilegio (la mayoría de nuestros políticos sencillamente ignoran quién es Stiglitz y lo mucho que ha escrito sobre temas de desigualdad en el ingreso, la mala distribución de la riqueza o el pésimo desempeño de la economía de Estados Unidos bajo gobiernos republicanos).

Otra característica de Enrique Ochoa, que pronto saldrá a relucir, es su gran capacidad para el debate. Le gusta debatir, disfruta hacerlo y es muy bueno en el intercambio de razones. Pero no es el típico político marrullero de golpes bajos y descalificaciones a mansalva. Ya lo verán: irá a los debates con sus contrincantes armado de datos, de estadísticas, de información que pueda nutrir los puntos de vista. Lo he visto debatir en muchísimas ocasiones; estoy seguro que le dará mucha guerra a Ricardo Anaya, el presidente del PAN, quien también es un muy brillante polemista, y desde luego a AMLO.

Algunos le han criticado a Ochoa su falta de experiencia en la política partidista. Creo, sin embargo, que esa es una de sus fortalezas. Eso es lo que le permite, por ejemplo, abanderar la lucha contra la corrupción o criticar a los propios priístas que han quedado mal ante la ciudadanía. Y tiene razón al señalarlo: muchos gobiernos priístas han sido peor que malos; su desempeño ha sido pésimo y han abundado las denuncias de corrupción, como en los vergonzantes casos de Veracruz y Quintana Roo.

Otro elemento que vale la pena considerar es que Ochoa es un político muy enfocado al tema de las políticas públicas. Además de su conocimiento sobre cuestiones energéticas (su tesis de licenciatura en economía la dedicó al tema del mercado de energía eléctrica), es un experto en analizar políticas públicas y en ver de qué manera pueden generar los mejores impactos en la población. Es decir, no es el típico grillo de discursos huecos pronunciados en las plazas públicas sin ningún contenido. Cuando llegue el momento de armar una plataforma electoral con propuestas de fondo para los problemas del país, Enrique Ochoa tendrá una ventaja considerable en comparación con anteriores líderes priístas.

En todo caso, da mucho gusto ver que liderazgos todavía jóvenes como Ochoa y Ricardo Anaya encabezan a sus respectivos partidos. Por fin comienza a jubilarse una parte de la clase política que ha dado muy malos resultados en el ejercicio del poder. Esperemos que las nuevas generaciones estén a la altura de los retos que habremos de enfrentar como país. Preparación y talento no les falta.

 

Tomado de la página de Miguel Carbonell