Donald Trump explicado a los adultos

Por el dr. Adolfo Laborde

Cuando le pregunté a mi hijo, que tiene 11 años de edad y cursa el quinto año de educación básica en una escuela pública de Illinois, caracterizada por su diversidad cultural, su opinión de Donald Trump, su respuesta fue categórica: es un racista.

La pregunta no quedó en un primer plano, es decir, sólo a su realidad, sino que fui más allá: “¿Y tus amigos hijo, qué piensan?” “También papá, lo mismo”.

No le dio mucha importancia a la breve charla y siguió concentrado en su nuevo videojuego de lucha libre. Lo observé detenidamente y guardé silencio.

Su respuesta fue simple, pero muy reveladora. Se está gestando una nueva generación de estadunidenses donde la palabra racista tiene una connotación negativa. Así de fácil. Algo muy descriptivo cuando en época electoral, en Estados Unidos, se han agudizado las propuestas del personaje en cuestión: la construcción de un muro a lo largo y ancho de la frontera pagado por México; la deportación de más de 11 millones de mexicanos y latinos (asiáticos, europeos, africanos, caribeños también entran en el paquete); la ruptura de alianzas con sus socios tradicionales en Asia y Oriente Medio (Japón, China e Israel) así como la prohibición de la entrada de musulmanes al país.

Puros disparates. Pero el peligro radica en la permanencia de estos temas en la opinión pública y, por ende, su vigencia en la agenda política nacional, llegue quien llegue a la Presidencia.

Lo peligroso de Trump, no es lo que dice, sino el posicionamiento de los temas en los medios de comunicación y su rentabilidad política para futuras campañas electorales a lo largo y ancho de ese país.

Si bien es cierto que son discusiones que han estado presentes en la historia de Estados Unidos, nunca antes, al menos en la historia reciente, con la magnitud del contexto actual.

Son temas que, desafortunadamente, llegaron para quedarse. Es por ello que no debemos alarmarnos, pero tampoco tomarlo a la ligera.

Vamos a los antecedentes: lo que ahora dice Trump lo han materializado, de alguna manera, los demócratas en el pasado. ¿O no fue Bill Clinton quien construyó lo que hoy en día podríamos considerar la primera etapa del muro? ¿No fue Barack Obama uno de los demócratas que ha deportado a una gran cantidad de mexicanos en sus dos periodos? Por algo se ganó en la comunidad el nombre de “deportador en jefe”.

Y, al contrario, ¿no fueron los republicanos con Ronald Reagan los que promovieron en el año de 1986 la famosa amnistía que le dio residencia legal a muchos mexicanos?

Cuando se trata de campañas políticas con sus respectivas promesas, todo se reduce a eso. Sin restarle importancia a este fenómeno mediático denominadoTrump, debemos estar conscientes de que todo cambio en Estados Unidos tendrá que pasar por un proceso legislativo en donde la composición del Congreso, que dará la pauta para que ante un eventual triunfo del señor Trump, se haga realidad lo prometido en campaña.

No será fácil. Existen muchos intereses de grupos empresariales vinculados a los republicanos que, les guste o no, deberán reconocer la complementariedad de las economías mexicana y estadunidense, amarradas a un Tratado de Libre Comercio que lleva más de 21 años de existencia y que se maneja con sus propias reglas (paneles de solución de controversias).

Dudo que, ante un mundo tan convulso, multilateral en temas políticos y económicos, los vecinos del norte decidan irse por la libre.

Ya no estamos en el periodo inmediato a la posguerra fría. Afortunadamente, el mundo multipolar es una realidad.

Ejemplos: la guerra en Siria, donde, si no es por el papel militar (activo) desempeñado por Rusia, quizá el conflicto ya habría sido apagado años atrás evitando así la crisis migratoria (humanitaria) por la que atraviesa Europa.

Los problemas geopolíticos y territoriales en Asia entre China y Japón o éste último con Corea. O el rol de China, en el caso de Corea del Norte, que ha jugado un papel fundamental en el proceso de distensión/empoderamiento/subsistencia de ese país.

No importa a dónde volteemos, la lista es larga.

Sin embargo, deberíamos sacar un mayor provecho al tema que nos ocupa en estas líneas. Es hora de emprender una campaña para promover la buena imagen de México en pro de nuestros migrantes. Eso, sumado a otros esfuerzos del empresariado mexicano, que asumo, tiene intereses en el mercado estadunidense y —¿por qué no?—, de nuestra cancillería, serviría para reposicionar a los nuestros.

¿O no es obligación del Estado mexicano defender los intereses de los mexicanos más allá de las fronteras del país? Es momento de actuar inteligentemente en ambos lados de la frontera. De eso no me queda la menor duda.