Autoridad papal: guerra entre ambigüedades

Autoridades y creencias. A unas horas de la despedida del papa Francisco tras cinco días en México, ya se pueden adelantar algunos saldos en materia de estrategias de comunicación. En los estudios sobre los sistemas de creencias, las que sostiene la gente en los diversos tipos de autoridad no aparecen como centrales. Por ello, mediante recursos de persuasión, estas creencias son más fáciles de modificar que otras.

Hoy por hoy, la del papa Francisco sería una autoridad ‘positiva’, si atendemos a las creencias desarrolladas en una mayoría de creyentes y no creyentes, y si seguimos los términos del sicólogo Milton Rokeach (Beliefs, attitudes and values), ampliamente aprovechados por la reconocida especialista en comunicación estratégica Sherry Devereaux Ferguson, de cuyo libro Communication Planning parten algunas de estas reflexiones.

En el mismo sentido, los mensajes papales, de acuerdo a diversos medios y actores públicos, serían un severo ejercicio de esa autoridad ‘positiva’ contra las que se considerarían autoridades ‘negativas ‘. Esto, a la vista de los juicios de Francisco sobre las clases dominantes y dirigentes del país, lo mismo políticas que empresariales y clericales.

El laberinto de la ambigüedad. Pero ya en el análisis de esos procesamientos mediáticos y políticos a la hora de enmarcar y jerarquizar los diversos contenidos del discurso papal, lo que se ha visto es una guerra por el desciframiento de una serie de declaraciones expresadas en clave de necesarias generalidades y ambigüedades, que abren la “posibilidad de interpretaciones múltiples”, como lo estableció hace décadas Chaïm Perelman, el autor de una de las principales teorías sobre argumentación del siglo XX.

Esta ambigüedad es propia de los textos de los personajes públicos que aspiran a alcanzar la mayor diversidad de audiencias y a que todas ellas —aún las confrontadas entre sí— hagan suyo el mensaje de autoridad que se pretende desplegar. A mayor ambigüedad de textos y contextos, más alto el nivel de audiencias involucradas en la generación de diversos sentidos, dictaminó en su libro El acorde receptivo (The responsive chord), Tony Schwartz, el creador de uno de los más celebrados spots de la historia de la propaganda electoral, durante la campaña de Lyndon Johnson frente a Barry Goldwater.

Magnetismos. “Gigantescos campos magnéticos de asuntos comunes y conflictivos”, llama un sociólogo estadounidense a este fenómeno de la comunicación. Van dos ejemplos. Por un lado, para unos medios y activistas, la denuncia general del Papa a la exclusión de los indígenas, el narco, la violencia y la corrupción han sido misiles contra el Estado mexicano y quien hoy lo jefatura. Pero en paralelo, el presidente Peña Nieto se anticipó a hacer suyo en Palacio el mismo discurso rector del Papa, dispuso un cordial acompañamiento del aparato estatal a la visita y a ello se han agregado los lenguajes escénicos de cercanía con el obispo de Roma, lo que tiende a generar en las audiencias asociaciones de acuerdo y empatía —no de acusador y acusado— entre la cabeza del Vaticano y la más alta autoridad mexicana.

Por otro lado, mientras analistas como Pablo Hiriart han identificado en López Obrador a un probable destinatario de la ambigüedad del mensaje papal en Ecatepec contra “el padre de la mentira, que es aquel que busca separarnos, generando una sociedad dividida y enfrentada”, además de que se empeña en la “búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que no son como uno”, el dirigente de Morena simplemente llama a convertir los pronunciamientos generales del Papa en programa político de su partido.

Quizás los pronunciamientos menos ambiguos de Francisco serían los sorrajados a la jerarquía mexicana de su propia Iglesia, sin que hasta la fecha ésta haya reaccionado con una estrategia discursiva propia, acaso esperando que, hoy, tras la partida del Papa, empiecen a caer lápidas de olvido sobre sus enérgicas reconvenciones.