Algo personal

Óptica Ciudadana

A mi madre

(13-VI-1932 a 23-IV-2016)

La traté cotidiana e intensamente durante 63 años. Nos conocimos al grado de desarrollar, entre ambos, una especie de conexión mental permanente. Siempre que tenia, por ejemplo, algún problema, el que fuera, aparecía dispuesta al apoyo y me decía: “¿Qué tienes, te pasa algo?”. O, cuando sospechaba que algo le sucedía, la buscaba y me recibía con su natural, “te estaba esperando”.

La primera vez que salvó mi vida – me contaron familiares -, aún bebé (1953), por accidente tragué algo de tierra. Tocía, me asfixiaba. Los cercanos corrieron por agua. Nada. El rostro morado; en lugar de gritos, de la pequeña boca salían sonidos leves. Los parientes volvieron en instantes sin el esperado líquido. Ella corría por el cuartucho pueblerino, cargando el agonizante cuerpecillo, gritando, desesperada. De pronto, una ocurrencia hizo que depositara al pequeño sobre el catre. Tomó fuerza y dejó caer sobre la pequeña boca, saliva de ella misma. La crisis pasó y…

Años después (1967), atestigüé escena similar, pero con una de mis hermanas. La bebita estaba quieta. Tiesa decía mi madre, quien gritaba pidiendo un médico. No sé de dónde lo sacó pero el joven galeno llegó, asustado. “Es que la niña ya…”, dijo el médico. “¡Cállese!”, grito la mamá. “¡Usted la salva porque la salva!”, siguió gritando mi madre y jaloneando al galeno. Ignoro qué hizo el doctor pero la niña volvió a respirar. Mi madre rompió en llanto, abrazando el cuerpecito.

Otras hazañas, en otros momentos, a lo largo de muchos años, se dieron con otros de mis seis consanguíneos. Su actitud, siempre echada hacia adelante, me sorprendía.

Alguna vez, 1967, en casa no había dinero para que la familia comiera. La gente que le daba ropa para lavar y planchar, no le había pagado. A mi me habían asaltado y dejado sin siquiera monedas para trasladarme. Los demás eran muy pequeños. Su ocurrencia me pareció genial. Se puso a recorrer las calles, tocando puertas de casas de vecinos, pidiendo a todos ellos, tortillas duras con las que cocinó durante toda una semana, una especie de chilaquiles para su prole.

La adversidad forjó su carácter. La hizo una persona sabia, en el más amplio sentido del término.

Cuando ingresé a la escuela Primaria, yo ya sabía leer y escribir….gracias a ella, quien ni siquiera había terminado de estudiar el primer grado de Primaria, pero ella, casi sola, imitando a sus amigas, había aprendido a leer, escribir y “a hacer cuentas”, presumía. En aquellos tiempos, sus lecciones fueron de vida. “…hijos de Eva aquí te esperamos comiendo y llorando…y del pelito santo”. El manazo que me daba indicaba que yo no entendía ni pronunciaba bien, su enseñanza del Credo. Igual se empeñaba en que aprendiera a lavar mi ropa, a plancharla y, si era necesario, a coserla y a zurcirla. “¡No ves que muchas mujeres de hoy, ya nada saben hacer. Son unas shongas. ¡Pobre de ti si te toca una de esas!”, solía decir.

Fue una mujer de su tiempo. Hasta en sus gustos. De madre joven, mientras hacia sus labores domésticas cantaba a capela o siguiendo el sonido de la radio, sus canciones favoritas, las rancheras, en particular las de Lucha Reyes y las de su consentido, Pedro Infante, aunque también le gustaba la música de Mozart.

Conforme fueron naciendo mis otros dos hermanos y cuatro hermanas, todos en casa con ayuda de alguna partera, con el pretexto de la acostumbrada cuarentena de entonces (eran cuarenta días después de cada parto, en los que ella nada debía hacer, según le aconsejaban), desde su lecho de convaleciente me enseñó a cocinar, dictándome paso a paso los ingredientes y las maneras de cocinarlos, pues nadie más había en casa. Nunca aprendí a hacerlo como ella (creo que sus guisos siempre fueron mejores que los de cualquier experto chef), pero a la fecha algo me queda de sus lecciones de cocina, y de los demás quehaceres domésticos, de hace tantos años.

Me forjó en todo. Forjó a mis carnales, subrayando siempre el buen camino, el de la lucha honesta por la vida. Y a mí me acompañó en todo, hasta en mis locuras sociales y políticas.

En algunas de las huelgas que organicé en empresas medianas, ella llevaba las tortas o el café, para los trabajadores de guardia; En las manifestaciones en las que un servidor llevaba la batuta, sus porras se notaban más; Era común que, a mis compañeros de Partido (el PMT), luego de asambleas populares o de alguna labor propagandística, los recibiera en casa para invitarles unos frijolitos, un café, unos tacos de huevo, …Supongo que muchos de ellos la recuerdan; Igual, si me detenían (siempre por motivos políticos), llegaba hasta las galeras de los Ministerios Públicos, con sus tortas y cobijas para nosotros; ….Vamos, cuando crucé la meta de mi primer Maratón Internacional, en el zócalo capitalino, lo primero que vi fue su rostro asustado.” Es que un corredor joven, cruzando antes que tú, se cayó y se murió y me acordé de ti”, me dijo aquella vez. Nunca supe cómo, pero llegó. Ahí me enteré que de niña a ella le gustaba, además de montar a caballo, correr.

Aún hace dos o tres años, llegó a algunos de mis entrenamientos de Tai Chi y de Kung Fu: “Ay hijo, un día te vas a torcer todo”, decía. En dos de las presentaciones de mi libro, en el Club de Periodistas, en abril de 2015, y en la Feria Internacional del Libro de Palacio de Minería, en febrero de 2016, ahí estuvo ella, ya en su silla de ruedas, pero ahí estuvo.

Peleonera (alguna vez la vi dejar noqueadas y sangrando a cinco señoras que la habían ofendido), malhablada, muy bromista, juguetona, gritona, mandona, solidaria, noble, desprendida, amiguera, lo daba todo por sus hijos, sus nietos, bisnietos, amistades, vecinas,…Así era mi madre. ¿Era una madre común? Tal vez. Pero para mí (para nosotros) era especial.

Parte importante de su tiempo, lo dedicaba a andar “curando”, con herbolaria, a sus personas conocidas y queridas. Paradójicamente, ella nunca se enfermaba. O casi nunca, porque la noche del 21 de marzo de 2015, sufrió tres EVC (evento vascular cerebral) o infartos en el cerebro (algunos le llaman Embolias) que en unos minutos la dejaron convertida en un hilacho. La paradoja le había dado la voltereta. En unos cuantos minutos quedó sin fuerza en el cuerpo, sin poder dormir, con visiones a todas horas, sin poder ingerir sus alimentos, sin poder evacuar, sin poder hablar, sin poder reconocer a nadie, con demencia vascular (no confundir con demencia senil), inerme. Su calvario había iniciado.

Sus hijos nos preguntamos: “¿Qué habría hecho ella si el enfermo hubiera sido cualquiera de nosotros?”. Todo lo posible y necesario, lo recordamos. Entonces nos apoyamos en las medicinas alópata, homeópata, herbolaria, acupuntura; en terapias físicas, en mejorar su alimentación, en acompañarla y apapacharla siempre. Y en su gran fuerza de voluntad.

Para agosto/septiembre del 2015, su recuperación había avanzado un ¿60 por ciento? Por esas fechas, apoyándose en alguno de nosotros, ya lograba caminar el largo de una calle y subir escalinatas. Llegó a subir los 167 escalones de la pirámide del Fuego Nuevo, ubicada en lo alto del Cerro de la Estrella, en Iztapalapa. Soportó con buen humor, viajes a su pueblo de nacimiento, paseos en los Viveros de Coyoacán, visitas a sus amistades… pero…

Algunas veces platicamos de su salud. “¿Hasta dónde llegaré? “Hasta donde Dios diga”, decía. “Acuérdate que no hay médico, medicina ni hospital que evite morir. Cuando a uno le toca, le toca, y ya”.

Algo más le sucedió desde fines de septiembre. Poco a poco empezó a bajar de peso, a perder masa muscular, a debilitarse.

Para diciembre, su aparato digestivo dejó de funcionar normalmente. En seguida, una pequeña llaga en la región coccial, se convirtió en escara, luego en cráter, que pronto se infectó, lo que apresuró una cirugía. En eso estábamos con relativo éxito, cuando apareció una neumonía. Los médicos también dijeron que su grado de desnutrición era alto. ¿Por qué? El 17 de marzo de este año, ingresó al hospital. Nos dijo: “Creo que de esta ya no me salvo. Como que me llegó mi hora. No tengan miedo”. La neumonía cedió. Pero el viernes 15 de abril, el nuevo diagnóstico nos dejó helados. Dijo el médico: “Su señora madre tiene cáncer. Lo peor es que lo tiene en el colon, en el hígado y en el pulmón derecho”. Ella no supo esto último. La regresamos a su casa y, como ello lo haría, me dispuse a buscar algún tratamiento.

Ya no hubo tiempo. María de Jesús Jiménez Aguilar, doña Mari o la tía Chucha, es decir, mi madre, falleció el sábado 23 de abril del 2016. “Solamente” sufrió 13 meses, de treinta enfermedades, dando batalla contra todas. Pero no pudo con la treinta y uno, el cáncer.

Uno sabe, porque lo ha leído o porque lo ha escuchado, que estos acontecimientos son naturales, que son cosas de la vida, pero al momento de sentirlas en carne propia pues, es diferente. En un primer momento sentí que con su fallecimiento perdí un pedazo de mi corazón. ¿Cómo vivir sin un pedazo de corazón? Luego he estado aprendiendo que a cambio, ella me deja (y a sus descendientes directos también) un enorme legado de recuerdos y enseñanzas. Por eso, y por la cuestión genética, en un gran sentido, mi Madre, vive en mí y en cada uno de mis hermanas y hermanos. Somos como una extensión de ella. Entiendo que así sucede con los ancestros de todos. En esencia no mueren, porque son parte de nosotros, y siempre nos acompañan.

Hoy me confieso un privilegiado, por haber tenido a una progenitora como mi madre, valga la redundancia. Y que me disculpen mis cuatro o cinco lectores, por haber tocado, por excepción, un tema con un toque de algo personal, pero es que… y los que aún la tengan, si me permiten la sugerencia, disfrútenla, apapáchenla, ámenla. Y por adelantado va un Feliz Día de las Madres.

Aún en estos momentos, aparecen en mi todo tipo de reflexiones. Únicamente comparto (con ayuda de mi mala memoria), y no sé por qué, una sola, de don Pedro Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida, una ilusión, una sombra, una ficción? ¡En donde el mayor bien es pequeño, y toda la vida es sueño y los sueños, sueños son!”

Notitas: Una.- Que agradezco, a nombre propio y de mis carnales, todas las muestras, cientos, creo, de solidaridad, recibidas en estos últimos días. La vida sigue, y es hermosa. Amitabha!